El olor de las costillas llega desde el jardín de al lado, donde estarán preparando el bendito almuerzo del día de Santiago. Acabo de aparcar el Clio-Racer a tres minutos de casa, aunque van a ser 180 segundos de intenso reencuentro. Con los matrimonios que suben la cuesta que yo bajo. Ellos, pañuelo en mano por el sudor, vuelven a casa después de ver cómo homenajean al Tudelano Popular de 2009. Yo camino con mi mochila hacia el cuarto derecha del portal 1 de la calle Trinquete.
Vivo al lado del hotel AC, donde durante estos seis días pernoctarán si no les da por trasnochar franceses, alemanes e incluso gallegos. Con estos, aunque no tenga el gusto de conocerles personalmente, también me reencuentro, el mismo día que Lance Armstrong se ha reencontrado con el Mont Ventoux.
El pipero de los críos 'cansolaris' también pega con mi casa. Llego a la puerta y todavía no hay nadie con su sofá en medio de la acera. Que les sea leve la resaca post chupinazo. Mi madre y José Luis me esperan para comer. Ensalada de verano y pechugas empanadas, con arroz con leche casero de postre.
Hace una hora más o menos habrá empezado la última novena a Santa Ana, aquella a la que mi abuela no solía faltar hasta que el abuelo -bisabuelo para mí- nos dejó en 1999. Pepe, querido Pepe le cantaban al bajar la cuesta de la Torre Monreal camino de la catedral, tocó el violín en la novena durante media vida. "Gloria a ti, dulce Santa Ana, que atesoras tal valor," reza la letra de la pieza de Celestino Vila. Seguro que allí donde esté, Pepe sigue dedicándole unas notas a la santa de todos los tudelanos.
El violín del abuelo Pepe es una de las imágenes que me viene a la mente cada vez que piso el asfalto tudelano entre el 24 y el 30 de julio. Las fiestas empezaron ayer. Para mí empiezan dentro de media hora, con la cena de cuadrilla en la Beterri Taldea. Mañana, espero contaros la resaca. Si soy capaz de hacerlo, no habré traspasado mis límites estomacales.
Tudelanos, tudelanas... el resto ya os lo sabéis.
Vivo al lado del hotel AC, donde durante estos seis días pernoctarán si no les da por trasnochar franceses, alemanes e incluso gallegos. Con estos, aunque no tenga el gusto de conocerles personalmente, también me reencuentro, el mismo día que Lance Armstrong se ha reencontrado con el Mont Ventoux.
El pipero de los críos 'cansolaris' también pega con mi casa. Llego a la puerta y todavía no hay nadie con su sofá en medio de la acera. Que les sea leve la resaca post chupinazo. Mi madre y José Luis me esperan para comer. Ensalada de verano y pechugas empanadas, con arroz con leche casero de postre.
Hace una hora más o menos habrá empezado la última novena a Santa Ana, aquella a la que mi abuela no solía faltar hasta que el abuelo -bisabuelo para mí- nos dejó en 1999. Pepe, querido Pepe le cantaban al bajar la cuesta de la Torre Monreal camino de la catedral, tocó el violín en la novena durante media vida. "Gloria a ti, dulce Santa Ana, que atesoras tal valor," reza la letra de la pieza de Celestino Vila. Seguro que allí donde esté, Pepe sigue dedicándole unas notas a la santa de todos los tudelanos.
El violín del abuelo Pepe es una de las imágenes que me viene a la mente cada vez que piso el asfalto tudelano entre el 24 y el 30 de julio. Las fiestas empezaron ayer. Para mí empiezan dentro de media hora, con la cena de cuadrilla en la Beterri Taldea. Mañana, espero contaros la resaca. Si soy capaz de hacerlo, no habré traspasado mis límites estomacales.
Tudelanos, tudelanas... el resto ya os lo sabéis.
1 comentario:
De verdad que el violín del abuelo debía ser sobrenatural para llegar al 34 de julio.
A pasarlo bien, Mikel.
Publicar un comentario