Andaba por el ala izquierda del aula, junto a los que llamábamos raros. La verdad es que no le pegaba mucho sentarse junto a aquellos compañeros a los que, con el paso de los cursos, aprendí a mirar con otros ojos y a respetar.
El caso es que el tío iba y venía solo a todas partes, al contrario que yo y alguno más, a los que nos aterrorizaba pasar en solitario por el hall de fcom. Representaba con fidelidad al prototipo de pitillero de los descansos, porque era un clásico del humear cada 45 minutos. Nos saludábamos siempre. "Hola, adiós". Con cordialidad.
Hasta que un día, en prácticas de Documentación Informativa, con la bella Elea, llegó tarde y corriendo. Se acercó hasta mi sitio y se puso a mi lado. "No me he traído el portátil", me dijo aún jadeando. Desde ese día, Javier, Felonías, Felons, el gato para los mexicanos, es mi hermano, como una sombra para mí. Y las sombras se agradecen. También desde ese día, como él dice, nunca más volvió a traer el portátil a las clases prácticas. Pero eso ya es otra historia.