Bajo el sol de Tafalla, emborronado por las pocas nubes grises del cielo navarrico del que gozamos por la tarde, salí del San Francisco tras ver palmar a la Peña Sport. Carnaval chafado por un equipo que se llama Iruña, pero que no juega en Pamplona.
Monto en el coche y me preparo para pasar por centro de la ciudad del Cidacos (les jode mucho que la llamen así, porque dicen que el Cidacos es un río sin pedigrí). Por las aceras pasan a toda velocidad tomates, monstruos, brujas, rockeros, blancanieveses, pinochos, presos, marineros, animales domésticos y demás seres del mundo carnavalesco.
Cuando paro en un semáforo en mitad de la calle principal, vislumbro la felicidad en los rostros de tres personas, un hombre, una mujer y un crío, que va de la mano de sus progenitores en dirección a la plaza. Las chuches y la música le esperan con los brazos abiertos. Además, es hijo de un príncipe (disfrazado de ello, claro), lo cual le otorga unos privilegios que ya quisieran otros tafallicas benjamines.
Me da por mirar fijamente al padre, que camina de una manera peculiar. Me suena de algo, pero, ¿de qué? Ya lo tengo. En mi mente reaparecen los recuerdos de aquella mañana de octubre, con Román enseñándonos el Parlamento Foral, con Marcotegui preparándose para presidir la sesión, con Elena Torres guapísima, con él... sí, con él.
Monto en el coche y me preparo para pasar por centro de la ciudad del Cidacos (les jode mucho que la llamen así, porque dicen que el Cidacos es un río sin pedigrí). Por las aceras pasan a toda velocidad tomates, monstruos, brujas, rockeros, blancanieveses, pinochos, presos, marineros, animales domésticos y demás seres del mundo carnavalesco.
Cuando paro en un semáforo en mitad de la calle principal, vislumbro la felicidad en los rostros de tres personas, un hombre, una mujer y un crío, que va de la mano de sus progenitores en dirección a la plaza. Las chuches y la música le esperan con los brazos abiertos. Además, es hijo de un príncipe (disfrazado de ello, claro), lo cual le otorga unos privilegios que ya quisieran otros tafallicas benjamines.
Me da por mirar fijamente al padre, que camina de una manera peculiar. Me suena de algo, pero, ¿de qué? Ya lo tengo. En mi mente reaparecen los recuerdos de aquella mañana de octubre, con Román enseñándonos el Parlamento Foral, con Marcotegui preparándose para presidir la sesión, con Elena Torres guapísima, con él... sí, con él.
Con él preparando el segundo punto del día, gesticulando en el estrado en su versión más retórico-hortera, tomando notas mientras espera su nueva intervención... En efecto, no me confundo. Es él. Maiorga Ramírez. Un príncipe cualquiera.
3 comentarios:
mikel: recien ahora puedo sentasr a escribirte... y no es bueno que sea tambien para disculparme por no haber mandando ningun trabajo para la publicacion que me pediste.
lamentablemente y afortunadamente estuve con mucho trabajo.
espero sepas disculpar.
y si necesitas algo pidemelo estoy en dedua contigo... eso si mucho dinero no tengo jeje
grande ariglia!!!
Maiorga tiene más perfil de Principito sobredimensionado.
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