martes, 28 de abril de 2009
El eterno estigma
sábado, 25 de abril de 2009
Llegó vuestra hora, chavales
De vez en cuando uno echa la vista atrás y encuentra pequeños recuerdos que pensaba ya olvidados, pero que nunca habían dejado la mente para ir a parar al infinito. Creía haber olvidado las tardes de fútbol en el San Roque de Murchante, allá por la temporada 97-98, cuando aprendía a jugarme los cuartos con los delanteros alevines de la liga navarra.
Por aquel entonces, Julio Orta, un mítico que se retiró el pasado año de los terrenos de juego, me enseñaba a ser defensa central, pero sobre todo, a disfrutar con el deporte. Después de dejarlo todavía tuve tiempo de bajar a ver al Murchante de los mayores algún domingo.
El San Roque se llenaba de gente. Vimos derrotas escandalosas y tuvimos la suerte de vivir el penúltimo ascenso a Tercera, con invasión de campo incluida. El club estuvo a punto de desaparecer, pero se consolidó años más tarde en Tercera, llegando a aspirar a los 'playoffs' de ascenso en alguna ocasión.
Ahora no corren buenos tiempos para los azules, que pelean cada fin de semana por evitar bajar a Regional Preferente. De los que jugábamos entonces no hay nadie en el primer equipo. En cambio están Iván, Catoira, Imanol, Michel. Distintas edades pero historias similares. Gente que jugaba en el Tudelano y equipos 'de los buenos' cuando lo hacíamos nosotros en el Murchante, pero que un día decidieron volver al equipo de su pueblo.
Tanto 'Yo no bajo' osasunista me ha hecho trasladar la necesidad de la salvación al equipo de mi pueblo, donde aprendí a ser central y persona. Les toca a ellos sacar a flote el asunto. A esos que volvieron un día a casa, a Iván, Catoira y compañía, les toca coger las riendas del equipo y dejarlo por muchos años en Tercera, donde, por afición e historia, merece estar el Murchante.
Llegó vuestra hora, chavales. Nosotros tampoco bajamos.
jueves, 23 de abril de 2009
Del señorío a la infamia
miércoles, 22 de abril de 2009
sábado, 18 de abril de 2009
Hasta siempre, comandante
En Cuba adoran al Che. Está en todas partes. Igual que en el resto del mundo, diréis. Sí, pero en Cuba está aún más presente. Ser respira Che Guevara en cada esquina, en cada muro de los callejones más recónditos se vislumbra una pintura que le representa. Sus camisetas se venden por docenas todos los días en mercadillos y puestos 'duty free' de los aeropuertos.
Su casa se puede visitar, previo pago de diez pesos convertibles. Dicen que no merece la pena hacerlo, por el dinero, que en la isla se esfuma muy fácilmente, y porque tampoco hay gran cosa que ver. Probablemente como a él le hubiese gustado.
Para unos asesino y terrorista, para otros, misionero social, héroe revolucionario, buscador del bien del pueblo. Sea como fuere, el Che es un Jesucristo viviente de nuestra era. No le gustaba el lujo ni vivía por el dinero, ni era afín de los burdeles como sí lo fueron otros compañeros de la Revolución cubana.
Ni siquiera era patriota, aunque nos lo hayan querido vender así. Él era el militar menos patriota de todos. Por eso se fue a Bolivia, a México, al Congo. Como un mesías. Quizá por eso le adoran. Porque fue un mesías moderno, el siguiente mesías después de Cristo. Además de morir como un hombre, murió ejecutado, como muere un mesías, un mártir.
En el hotel de Varadero sonaba a todas horas esta versión del tema Hasta siempre, compuesto por Carlos Puebla en 1965. Una muestra del amor de los cubanos por Ernesto, Teté para su familia y amigos. Hasta siempre, comandante.
jueves, 16 de abril de 2009
Sin que fuera herido
Las pequeñas antorchas que a ras de suelo delimitaban la pista de aterrizaje del aeropuerto José Martí daban un aire aún más místico al mágico momento en el que pisábamos tierra isleña.
Imaginamos muchas cosas, entre otras que Martin Sheen podía estar esperándonos en la salida, para llevarnos por un río salvaje como en 'Apocalypse Now', junto con Coppola y el fantasma de Jim Morrison cantando 'The End' entre punteos de guitarra.
Si nos dicen que estamos en Vietnam, nos lo creemos. Pero es Cuba la que nos recibe. Y su calor reinante, asfixiante y casi insoportable para un hispano-nórdico de espíritu como lo es un servidor. Sudar vamos a sudar. Un pequeño trayecto al hotel en autobús nos enseña la oscuridad de la que me resisto a dejar de hablar.
Con El Malecón a la derecha, lleno de olas despidiéndose del mar a ritmo de rotura, vislumbramos en hotel Riviera, donde nos van a dejar dormir durante unos días. Pasear por las calles parece tan peligroso como en el GTA San Andreas, pese a que el único joystick que manejamos es el de la paliza del viaje y su jet-lag consecuente.
En la Play Station hay delincuentes, en La Habana dicen que no. Tan sólo son pillos, vivos, sobre todo cuando huelen unos pesos frescos en el bolsillo del turista. Tras la primera cena en un restaurante vasco con pollo a la vasca nos vamos a dormir con la sensación de que nos la han clavado en toda regla.
Ojo avizor, que mañana toca noche de Malecón. Al amanecer el cielo volverá a manar sangre de luz solar sin que nadie le haya herido.
miércoles, 15 de abril de 2009
Las luces más tenues del universo
Y pese a ello, pese a creer palpar el espíritu de la Revolución, pese a pensar que entiendes Cuba, que la has respirado lo suficiente, que has sufrido su ritmo apático... Pese a todas esas sensaciones, es al marcharte, al ver La Habana semioscura desde el vuelo 470 de Cubana Aviación, cuando te das cuenta de dónde has estado.
Llevo una hora en el piso de Pamplona. No tengo sueño y todo es raro. Echo de menos esas luces deprimentes. Las luces más tenues del universo.
jueves, 2 de abril de 2009
Soy metálico
A mí a veces me viene bien escuchar una canción que compuso el gran Santiago Auserón, a quien hoy todavía se 'mal llama' Juan Perro. No me gusta Álex Ubago, excepto cuando le oigo cantar esto. Creo que su versión del tema merece la pena.
Con esta canción de Radio Futura uno puede comprender que la lógica no es una ciencia 100% fiable y que el ser humano nunca será un animal que encaja perfectamente en los engranajes del universo. Hay veces en las que uno cree ser el marco de la foto, la columna del párking o, simplemente, una estatua de metal plantada en medio de un jardín botánico. Nunca os sentiréis más humanos.