Pablo Neruda ya lo dijo. "Si no has visto el cielo del Caribe manando sangre sin que fuera herido, no sabes la belleza de este mundo. Desconoces el mundo en que has vivido". El día que llegamos a La Habana, el cielo del Caribe era más naranja que aquella inolvidable práctica universitaria de Edición.
Las pequeñas antorchas que a ras de suelo delimitaban la pista de aterrizaje del aeropuerto José Martí daban un aire aún más místico al mágico momento en el que pisábamos tierra isleña.
Imaginamos muchas cosas, entre otras que Martin Sheen podía estar esperándonos en la salida, para llevarnos por un río salvaje como en 'Apocalypse Now', junto con Coppola y el fantasma de Jim Morrison cantando 'The End' entre punteos de guitarra.
Si nos dicen que estamos en Vietnam, nos lo creemos. Pero es Cuba la que nos recibe. Y su calor reinante, asfixiante y casi insoportable para un hispano-nórdico de espíritu como lo es un servidor. Sudar vamos a sudar. Un pequeño trayecto al hotel en autobús nos enseña la oscuridad de la que me resisto a dejar de hablar.
Con El Malecón a la derecha, lleno de olas despidiéndose del mar a ritmo de rotura, vislumbramos en hotel Riviera, donde nos van a dejar dormir durante unos días. Pasear por las calles parece tan peligroso como en el GTA San Andreas, pese a que el único joystick que manejamos es el de la paliza del viaje y su jet-lag consecuente.
En la Play Station hay delincuentes, en La Habana dicen que no. Tan sólo son pillos, vivos, sobre todo cuando huelen unos pesos frescos en el bolsillo del turista. Tras la primera cena en un restaurante vasco con pollo a la vasca nos vamos a dormir con la sensación de que nos la han clavado en toda regla.
Ojo avizor, que mañana toca noche de Malecón. Al amanecer el cielo volverá a manar sangre de luz solar sin que nadie le haya herido.
Las pequeñas antorchas que a ras de suelo delimitaban la pista de aterrizaje del aeropuerto José Martí daban un aire aún más místico al mágico momento en el que pisábamos tierra isleña.
Imaginamos muchas cosas, entre otras que Martin Sheen podía estar esperándonos en la salida, para llevarnos por un río salvaje como en 'Apocalypse Now', junto con Coppola y el fantasma de Jim Morrison cantando 'The End' entre punteos de guitarra.
Si nos dicen que estamos en Vietnam, nos lo creemos. Pero es Cuba la que nos recibe. Y su calor reinante, asfixiante y casi insoportable para un hispano-nórdico de espíritu como lo es un servidor. Sudar vamos a sudar. Un pequeño trayecto al hotel en autobús nos enseña la oscuridad de la que me resisto a dejar de hablar.
Con El Malecón a la derecha, lleno de olas despidiéndose del mar a ritmo de rotura, vislumbramos en hotel Riviera, donde nos van a dejar dormir durante unos días. Pasear por las calles parece tan peligroso como en el GTA San Andreas, pese a que el único joystick que manejamos es el de la paliza del viaje y su jet-lag consecuente.
En la Play Station hay delincuentes, en La Habana dicen que no. Tan sólo son pillos, vivos, sobre todo cuando huelen unos pesos frescos en el bolsillo del turista. Tras la primera cena en un restaurante vasco con pollo a la vasca nos vamos a dormir con la sensación de que nos la han clavado en toda regla.
Ojo avizor, que mañana toca noche de Malecón. Al amanecer el cielo volverá a manar sangre de luz solar sin que nadie le haya herido.
1 comentario:
¿Qué es poesía? / dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? / Poesía... eres tú.
Publicar un comentario